En La Galería

Si alguna débil y tísica écuyére de circo fuera obligada por un Director despiadado a girar ininterrumpidamente durante meses en torno de la pista, a golpes de fusta, sobre un ondulante caballo, ante un público in-cansable: a pasar como un suspiro, arrojando besos, saludando y do-blando el talle; y si esa representación se prolongara hacia la gris pers-pectiva de un futuro cada vez más lejano, bajo el incesante estrépito de la orquesta y de los ventiladores, acompañada por decrecientes y luego crecientes olas de aplausos, que en realidad son martinetes de vapor… entonces, tal vez, algún joven visitante del paraíso descendería apresu-radamente las largas escalinatas, cruzaría todos los estrados, irrumpiría en la pista, y gritaría: "¡Basta!", a través de las fanfarrias de la siempre oportuna orquesta.
Pero como no es así, una hermosa dama, sonrosada entra casi volando entre los cortinados que los orgullosos lacayos abren ante ella; el Direc-tor, buscando ansiosamente su mirada, se acerca como un manso ani-mal; con cuidado, la sube sobre el caballo manchado, como si fuera su nieta predilecta, que emprende un viaje peligroso; no se decide a dar el latigazo inicial; finalmente, dominándose a sí mismo, opta por darlo, resonante; corre junto al caballo, con la boca abierta; sigue con mirada aguda los saltos de la amazona; apenas puede comprender su destreza artística; la aconseja con gritos en inglés; furioso, exhorta a los caballe-rizos que sostienen los arcos para que pongan más atención; antes del gran Salto Mortal ordena a la orquesta, con los brazos en alto, que haga silencio; finalmente, alza a la pequeña y la desmonta del temblo-roso corcel, la besa en ambas mejillas, y ninguna ovación del público le parece suficiente; mientras ella, sostenida por él, erguida sobre la pun-ta de los pies, rodeada de polvo, con los brazos extendidos y la cabecita echada hacia atrás, desea compartir su felicidad con el circo entero… como esto es lo que ocurre, el visitante de la galería apoya el rostro so-bre la baranda, y hundiéndose en la marcha final como en una honda pesadilla, llora, sin darse cuenta.

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