Comunidad

Eramos cinco amigos; una vez salimos en fila de una casa; primero vino uno y se puso junto a la entrada, luego vino, o mejor dicho, se deslizó tan ligeramente como se desliza una bolita de mercurio, el segundo y se puso no lejos del primero, luego el tercero, luego el cuarto, luego el quinto. Finalmente estábamos todos de pie, en una línea. La gente se fijó en nosotros y señalándonos, decía: todos acaban de salir de esa casa. Desde entonces vivimos juntos, y tendríamos una vida pacífica si un sexto no viniese siempre a entrometerse; No nos hace nada, pero nos molesta, lo que ya es bastante; ¿por qué se introduce por fuerza allí donde nadie lo quiere? No lo conocemos y no queremos aceptarlo nosotros. Nosotros cinco tampoco nos conocíamos antes y, si se quiere, tampoco nos conocemos ahora, pero aquello que entre nosotros cinco es posible y tolerado, no es ni posible ni tolerado con respecto a aquel sexto. Además, somos cinco y no queremos ser seis. Y qué sentido, sobre todo, puede tener esta convivencia permanente, si estamos ya juntos y seguimos estándolo, pero no queremos un nuevo nexo, precisamente en razón de nuestras experiencias. Pero ¿cómo explicar esto a un sexto, puesto que las largas explicaciones significarían ya una aceptación a nuestro círculo? Es preferible no explicar nada y no aceptarlo. Por mucho que frunza los labios lo alejamos con el codo, pero por más que lo hagamos, vuelve otra vez.

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